GABRIEL DÍAZ, PASAJE Y PAISAJE

Revista Descubrir el Arte, 2010 Elena Vozmediano

Tiene mucho sentido que Gabriel Díaz haya sido elegido en esta edición de los premios Descubrir el Arte como artista “revelación”. No porque sea un prometedor recién llegado —tiene 41 años y lleva casi veinte exponiendo su trabajo— sino porque pertenece a la categoría de artistas que facilitan el conocimiento de lo no evidente. Si hay un rasgo que caracteriza su trayectoria es la coherencia. A pesar de que ha trabajado con diferentes medios —escultura, dibujo, fotografía, vídeo— es posible recorrerla a través de un eje formado por un entrelazamiento de estatismo y movimiento, entendidos como nociones a la vez materiales y espirituales, y como métodos de relación con el paisaje. Se puede decir, por cierto, que Gabriel Díaz ha sido hasta hoy un artista bastante metódico. Ha desarrollado su obra en series o proyectos en los que ha profundizado en determinados sistemas de trabajo. Sus primeras obras, deudoras del Land Art británico, eran inestables apilamientos efímeros hechos con piedras en parajes naturales. En ellas se daba ya ese diálogo entre estatismo y movimiento: la posibilidad de las esculturas dependía del equilibrio, de la inmovilidad, pero también de un desplazamiento del artista a los lugares en los que las levantaba. En dichas obras aparecía también un concepto que seguirá siendo clave: el de la puerta o la ventana. El umbral tiene una relevancia espacial, como linde entre dos ámbitos, y un significado mágico ligado a esa condición liminal. Las bocas de cuevas que Gabriel Díaz ha fotografiado y filmado, los túneles que ha construido —con nieve, con alabastro— trasladan esos significados ancestrales. Aunque no sea siempre evidente, se insinúa de manera constante la idea de “pasaje”, con connotaciones iniciáticas. Algunas de sus obras implican un tránsito real, físico: los túneles, los remolinos de agua, las cuevas, los peregrinajes; otras invitan más bien a un tránsito mental, imaginativo, como ocurre en los “cráteres” ficticios compuestos por fotografías panorámicas de relieves montañosos o del mar. Todas se fundamentan en un tránsito lumínico, un salto de la luz a la oscuridad o viceversa. Las piedras ahuecadas, con delgadas paredes, se sitúan en un punto intermedio entre el pasaje físico y el mental: es la cabeza del espectador la que se introduce en la oquedad pétrea accediendo a una experiencia espacial y visual “otra”. Como el artista ha señalado, al realizar esta operación nos olvidamos del cuerpo que se queda fuera, con lo que nos situamos también a medio camino en otra de las oposiciones básicas con las que trabaja Gabriel Díaz: exterior / interior.

En los últimos años el artista se ha volcado en un prolongado proyecto que le ha llevado a recorrer algunos de los caminos más transitados de la historia. Llegó un momento que la observación del umbral derivó en una invitación al viaje. La salida a la naturaleza estaba ya implícita, como he dicho, en aquellas primeras esculturas efímeras, pero también en la serie de trabajos sobre las cuevas, con la que recorrió media España. Eran, sin embargo, desplazamientos “libres”. En esta etapa reciente Gabriel Díaz se ha impuesto un movimiento predeterminado a través del peregrinaje. No es necesario subrayar la carga espiritual que esta forma de viaje conlleva, pero tal vez sí vincularla a una actitud “contemplativa” hacia el paisaje por parte del artista, que se ha materializado en formato fotográfico. Díaz lleva años haciendo, de manera heterodoxa, fotografía de paisaje. Nunca le ha interesado la “postal” sino una mirada que refleje la posibilidad o la acción, insisto, del “pasaje”. Y ha llegado a la conclusión que es la secuencia fotográfica la que le permite expresar esa experiencia. El método combina el estatismo —la detención para tomar cada foto— y el movimiento en el caminar. Dependiendo de las características y la longitud del recorrido, realiza una fotografía cada cierto número de pasos; después, ya en el estudio, une las imágenes en forma de vídeo que muestra un avance entrecortado. Los más largos duran más de seis horas: con cerca de 200 fotografías por minuto, son hasta 75.000 imágenes por viaje. Un trabajo verdaderamente descomunal.

Es lógico que el artista se sintiese en un primer momento más atraído por los circuitos de peregrinaje orientales, que tienen forma de circunvalación. Díaz trabajó durante un tiempo en la representación gráfica de la estructura de la creación que, según concluyó, es un movimiento espiral pero en un circuito cerrado. Al caminar, él mismo dibujaba sobre el territorio un circuito y efectuaba un movimiento creativo. Primero circunvaló al monte Kailasa, trono de Shiva, y el lago Manasarovar. A continuación se acercó al templo Jokhang de Lasa, centro espiritual del Tibet, santuario del siglo VII que alberga una de las estatuas de Buda más antiguas y valiosas. Luego le tocó el turno al Chomolungma (monte Everest) y a dos lugares sagrados, La Cúpula de la Roca y el Santo Sepulcro, que reunían tres características comunes: tienen como base un lugar natural sagrado — ambos se construyen sobre rocas—, son el centro de una peregrinación y funcionan simbólicamente como “umbrales” hacia lo inmaterial —la ascensión de Mahoma y la resurrección de Cristo—. Sus últimos viajes, sin embargo, son lineales. Atravesó el Salar de Uyuni, en Bolivia, un inmenso desierto de sal a más de 3.600 metros sobre el nivel del mar, y se ha propuesto recorrer las más importantes variantes del Camino de Santiago. En ello está ahora. .

Estos vídeos constituyen una forma literal de representación del viaje. Aunque no lo reflejan en tiempo real sí que siguen paso a paso el recorrido, sin desdeñar ningún tramo. Al contemplarlos como espectadores nos llevan por el camino recorrido, con la mirada fija en un punto: el centro sobre el que se gira en las peregrinaciones orientales y el horizonte en las occidentales. Nos conducen en una marcha obsesiva e incansable. Como los molinillos de oración en los templos budistas, la proyección en loop de las miles de fotografías de cada viaje nos permite cumplir con una devoción que se dirige menos al punto de destino que al propio paisaje que se atraviesa.

EL DA2 TAMBIÉN SE APUNTA A LA MODA DEL CAMINO DE SANTIAGO

El Mundo, Salamanca 29/06/2010 | J.M.B

Caminar diez pasos y hacer una foto. Caminar otros diez, y hacer otra foto. Diez pasos más, y una foto. Así, desde Roncesvalles hasta Santiago de Compostela. Es lo que hace Gabriel Díaz, un artista que elige un camino de peregrinación y lo retrata de forma incansable. Después, las miles de fotografías hechas con un programa para vídeo y lo convierte en una obra de arte. Su última aventura, el Camino de Santiago francés, el mozárabe y el del norte, se verá este verano en el DA2 de Salamanca, y en nueve ciudades españolas más de forma simultánea, para después continuar su periplo por varias ciudades europeas, Latinoamérica y Estados Unidos.

Coincidiendo con la presentación de ese trabajo, que le ha llevado más de seis años, el DA2 ha querido ofrecer una muestra más completa de su obra y mostrará cuatro videoinstalaciones basadas en las principales rutas del peregrinaje budista, induista e islámicos.

El responsable del DA2, Javier Panera, calificó este martes a Díaz de «artista que se considera nómada, vinculado a una exploración de la espiritualidad en las diferentes culturas».

Gabriel Díaz tenía un amplio reconocimiento internacional como escultor pero desde los años 90, decidió enfocar su arte hacia el intercambio cultural del arte, el paisaje y el peregrinaje, entendido como una conexión cultural vinculada a conceptos de éxodo o inmigración, más que en un sentido religioso, según explicó Javier Panera.

PAISAJES EN MOVIMIENTO

Catorce artistas internacionales exploran la naturaleza asturiana y otros terrenos montañosos en la muestra ´There is no road´, que Laboral inaugura el día 12.

La Voz de Asturias, 30/11/2008 | B. M. G.

Tomando como referencia el verso de Antonio Machado «Caminante no hay camino», Laboral Centro de Arte y Creación Industrial inaugurará el próximo día 12 una exposición colectiva donde las nuevas tendencias artísticas se dan cita a través de instalaciones creadas con piezas de imagen en movimiento. Bajo el título de There is no road, Laboral exhibirá hasta el 16 de marzo del 2009 26 obras de 14 artistas internacionales, entre ellos el asturiano Roberto Lorenzo, que son el resultado de proyectos que registran o evocan una serie de viajes, reales o imaginarios, por el paisaje asturiano u otros terrenos igual de remotos y montañosos.

Comisariada por Steven Bode, director de Film and Video Ambrella de Londres, esta muestra de creación contemporánea parte, en más de la mitad de los trabajos, de los encargos realizados por el propio centro de arte gijonés para mostrar el fruto de los viajes realizados por el artista dentro de un espíritu de peregrinación que está inspirado por la proximidad del Camino de Santiago del norte de la Península.

Los creadores Axel Antas (Finlandia), Ergin Çavusoglu (Turquía), A K Dolven (Noruega), Simon Faithfull (Reino Unido), Annabel Howland (Países Bajos), Lutz & Guggisberg (Suiza), Alexander & Susan Maris (Reino Unido), Simon Pope (Reino Unido), Erika Tan (Singapur / Reino Unido) y los españoles Ibon Aranberri, Gabriel Díaz y Roberto Lorenzo plantean así la exploración, por medio de soportes distintos, del espíritu del lugar que acaban de recrear.

EL CAMINO DE SANTIAGO. En unos casos se trata, según explica el propio centro de arte en una nota de prensa, de hacerse eco del Camino de Santiago con viajes que a menudo han sido efectuados a pie y que se dirigen hacia emplazamientos icónicos y de relevancia cultural, o bien hacia sitios de resonancia histórica descubriendo o rastreando los senderos por los que atraviesa el artista. En otros casos, los vídeos y otro tipo de instalaciones u obras nacen de las incursiones en la naturaleza más agreste, adentrándose por lugares en los que las carreteras desaparecen o quedan oscurecidos por la niebla y la lluvia tan características de paisajes montañosos y con una belleza natural como la de Asturias.

La muestra resalta, además, las afinidades y conexiones que existen entre dos países como son Gran Bretaña y España a través de transparencias, pantallas de LEDs, impresiones digitales, vídeos, así como instalaciones sonoras, escultóricas, fotográficas y videoinstalaciones.

TRES ARTISTAS ESPAÑOLES DESAFÍAN A MCLUHAN Y NIEGAN QUE EL MEDIO SEA EL MENSAJE

SOITU.ES, 29-05-2008

Nueva York.- Tres artistas españoles desafían a partir de hoy, y hasta el próximo 12 de julio, al profesor canadiense de teoría de la comunicación Marshall McLuhan, con una exposición en el Queen Sofia Spanish Institute de Nueva York con la que proclaman que «el medio no es el mensaje». (EFE)

McLuhan sostuvo en 1964 que el significado está determinado no por el contenido sino por la naturaleza del medio que entrega el mensaje, pero los artistas Gabriel Díaz, Marina Núñez y Javier Pérez quieren demostrar que el profesor canadiense estaba equivocado.

Díaz, Núñez y Pérez trabajan en todo tipo de medios, desde pintura, escultura y dibujo, hasta fotografía, instalaciones y vídeo, según explica el Queen Sofia Spanish Institute en un comunicado.Estos artistas, que nacieron después de que McLuhan pronunciara su famosa frase «el medio es el mensaje», pueden expresar sus inquietudes creativas a través de cualquier medio, pues es el contenido el que realmente forma el mensaje.

GABRIEL DÍAZ, EN LAS LINDES DEL CIELO

KHORAS. Galería Salvador Díaz, Madrid

El Cultural, 22/02/2007 | Elena Vozmediano

Caminar es una forma de arte. Algunos grandes artistas del siglo XX, con Richard Long y Hamish Fulton a la cabeza, lo han corroborado. A menudo, la experiencia es reflejada en algún tipo de documento visual; otras veces incluye la intervención escultórica o performativa en algún punto del recorrido, o la recogida de materiales que se utilizarán después. Gabriel Díaz (Pamplona, 1968) está inmerso en un proyecto centrado en el caminar, en una determinada manera de caminar: el peregrinaje. En esta exposición muestra la primera parte, centrada en el culto budista e hinduista del monte Kailasa y el lago Manasarovar; la segunda, que está en proceso de montaje y se exhibirá pronto en el CGAC, consiste en el recorrido de los tres caminos de Santiago en territorio español; la tercera, aún planificándose, se dirigirá a la Cúpula de la Roca en Jerusalén.

Se peregrina caminando hacia un lugar sagrado que, una vez alcanzado, suele rodearse de manera ritual. En el Tibet, una tradición milenaria lleva a los fieles a la “preciosa joya de las nieves” (Ghang Rimpoche), el Kailasa, el trono de Shiva. Los 52 kilómetros del recorrido procuran suerte y felicidad, e incrementan los méritos del alma para una más elevada reencarnación. Junto a esta inmensa y bellísima montaña de casi 7.000 metros está el lago Manasarovar, a 4.500 metros sobre el nivel del mar y cuyos 89 kilómetros de circunferencia se recorren con la misma veneración. La montaña es unaxis mundi, el centro de un mandala natural en el que se unen el cielo y la tierra. Al rodearla, se redibuja y se refuerza el círculo que delimita el recinto de lo sacro, el lugar de la hierofanía que debe ser evitado. Y al caminar circularmente es el cuerpo el que reza, el que repite con cada paso la “oración” que se despliega en el espacio. En el templo Jokhang de Lasa, centro espiritual del Tibet, que protagoniza los tres vídeos en la planta alta de la galería, los peregrinos también circunvalan el edificio, en otra forma de khora: su exterior, por las calles de la ciudad, y su patio interior, haciendo girar los molinillos de oración. El santuario, del siglo VII, alberga una de las estatuas de Buda más antiguas y valiosas, llevada la Himalaya por una princesa china.

La técnica de animación fotográfica que utiliza Gabriel Díaz en sus vídeos no sólo altera la percepción del paisaje natural y urbano, haciéndonos avanzar a saltos visuales, desestabilizando el terreno y convirtiendo el giro en algo imparable, eterno. Tiene también una coherencia con la acción evocada; al igual que algunos peregrinos avanzan postrándose en tierra, Díaz cumple el rito de realizar una fotografía cada diez pasos. Esta forma de documentar sistemáticamente el tránsito no es nueva: Vito Acconci, en 1969, recorrió en línea recta una calle de Nueva York con una cámara y con el mandato autoimpuesto de intentar no pestañear: cada vez que lo hacía tomaba una foto (que reconstituía la continuidad de la visión). Más recientemente, Mariele Neudecker reflejó la travesía de Calais a Dover haciendo una fotografía cada ocho minutos; ahora mismo, en Madrid, Paco Mesa y Lola Marazuela muestran las fotografías resultantes de su aún inacabado periplo mundial siguiendo el paralelo 45º25’ N, que es señalizado cada 100 kilómetros con una placa metálica (fotografiada luego, en su entorno, según unos formatos prefijados). En las obras de esta exposición, la mayor frecuencia de tomas permite transformar las fotografías en fotogramas y sugerir el movimiento, que se hace más rápido que el caminar natural. Todo gira, por tanto, hasta llegar a la imagen del Buda, fija: pues es el centro.

Por otra parte, este proyecto de Gabriel Díaz, que había trabajado antes en el ámbito de la escultura, no es en absoluto ajeno a su poética. Sus trabajos tridimensionales -de fundamentos siempre interesantes pero en ocasiones amanerados, deficitarios en fuerza expresiva o presencia-, y otros vídeos previos, han tenido como eje la geología. Rocas, cuevas y túneles en el hielo son los motivos sobre los que ha proyectado una idea de “ser” en el medio físico, y de entrar o salir de su seno. Esos movimientos, al igual que la peregrinación circular, tienen un sentido iniciático, son vías de acceso al conocimiento. La naturaleza está viva, y sólo es posible vivir con ella. El aliento de Chomolungma, el más impactante, por su tamaño, de los vídeos, muestra el majestuoso ir y venir de las nubes, que ocultan y desvelan el Everest, la “madre del universo”.

GABRIEL DÍAZ DESPLIEGA EN SAN SEBASTIÁN SU EXPERIMENTACIÓN SOBRE LOS ESPACIOS SIN FINAL

El escultor navarro, afincado en Madrid, presenta la exposición ‘Excavando nubes’.

El País, San Sebastián 11/10/2005, Yolanda Montero

El escultor Gabriel Díaz (Pamplona, 1968) se reconoce como un artista «conceptual y artesano», para el que tan válidas son como herramientas de trabajo una rotaflex o una pieza de alabastro como un ordenador. Y, además, admite que se divierte inventando. Bajo estas máximas, presenta en la Galería Altxerri de San Sebastián (Reina Regente, 2) Excavando nubes, una exposición con la que indaga en los espacios sin fin, en la paradoja que surge al imaginar lo continuo de lo interno.

El artista navarro, quien vive y trabaja en Madrid, horada de una u otra forma el paisaje para, a través de lo que denomina «restos objetuales», en este caso esculturas, fotografías e instalaciones, definir «un espacio engañosamente acotado en el que quede siempre un recorrido hacia adelante».

Este «falso umbral» se vislumbra, por ejemplo, en una serie de fotografías en las que la tierra parece encerrarse en sí misma y sugerir la salida de una cueva. Esas imágenes fueron tomadas por Díaz en diversos cráteres desde diferentes ángulos y, tras ser montadas en el ordenador, dieron a luz a la obra La cueva iluminada.

El escultor quiso trasladar en su día el mismo método al mar, pero éste es demasiado cambiante para conseguir luego el montaje que perseguía. Así que ideó un artilugio con 29 cámaras que logró disparar a la vez, cubriendo los 360 grados. El resultado: Cantábrico y Mediterráneo, dos trabajos que también pueden contemplarse en Altxerri hasta finales de noviembre, no sin preguntarse cómo ha logrado el artista esa especie de ojo de remolino que a más de uno le parecerá la luna reflejada en el mar.

La sierra tumbada es un túnel de 6,5 metros de largo y 2,5 de alto. Su interior es de alabastro mientras 200 luces de neón conforman su exterior. Díaz tardó cerca de un año en realizarlo y otra semana en montarlo en Altxerri. Con este trabajo, el artista trata de unir la materia a la luz e invita al público a experimentar con las distintas visiones que le puede provocar una estancia.

GABRIEL DIAZ LA SIERRA TUMBADA. Galería Salvador Díaz.

El Cultural, 30/01/2003 | José Marín-Medina

Tiene alcance que Gabriel Díaz (Pamplona, 1968) centre su obra en una cuestión sustancial para la nueva escultura: el problema del flujo espacial, el espacio que fluye, que postula ser tratado simultáneamente por dentro y por fuera, así como en lo que representa como “proceso”, como espacio que brota y discurre. Se trata de un espacio que la tradición considera de condición arquitectónica, al asignar -por axiomática- lo tridimensional (el volumen corporal) al tratamiento de la escultura, reservando el espacio “habitable” (el habitáculo) a la práctica arquitectónica. Evidentemente, la ampliación de los dominios de la escultura viene ganando “terrenos”, lugares y sitios, tanto -por arriba- a las reservas del arquitecto, cuanto -por abajo- a los planos del pintor.

Gabriel Díaz se mueve bien en esta escultura de dominios ampliados, especialmente en sus propuestas objetuales y constructivas, como, respectivamente, en Manantial, obra integrada por cinco grandes bloques de alabastro de los que brotan enormes brazos de metacrilato, que terminan haciendo de soporte, y en La Sierra Tumbada, largo pasadizo transparente, con estructura de madera, láminas de alabastro y tubos fluorescentes, que hubiera hecho las delicias de Dan Flavin. Hablamos de espacios transitables y asimismo de transparencia, fluorescencia y luz, que es otro de los elementos plásticos fundamentales para esta escultura. Ello es así hasta el punto de que en la vídeo-instalación Entradas a una cueva de luz lo que realmente se proyecta es la salida del escultor desde la tiniebla de una caverna a la esfera radiante de un paisaje. Aquí, como en los vídeos sobre imágenes de sumideros -serieLlamadas-, el movimiento se proclama también como clave plástica, pero se trata de un factor todavía a matizar en el proceso de Díaz, quien, desde luego, gana muchos enteros de escultor indubitable en esta segunda comparecencia personal en Madrid.

EL ESPÍRITU DEL ALABASTRO

GABRIEL DÍAZ EN EL STAND DEL EL MUNDO. ARCO 2000

El Cultural, 06/02/2000 | José Marín-Medina

Gabriel Díaz, que estos días expone también en el Guggenheim de Bilbao, en la muestra La torre herida por el rayo, llega a ARCO con su última creación, Coros,una instalación de 40 piezas de alabastro que iluminan el stand de EL MUNDO, dentro del programa de promoción de artistas jóvenes españoles que lleva a cabo este diario.

Crear un lugar espiritual -de silencio, de soledad, de contemplación, de meditación- en el pórtico de una feria ruidosa y multitudinaria de marchantes de arte es la propuesta de Gabriel Díaz para el stand de EL MUNDO en ARCO 2000. En su concepto y en sus sensaciones, produce un efecto muy especial, que recuerda al de esos parajes arquitectónicos singulares que son las capillas de los aeropuertos. El mismo título de la proposición -más sugerente que evidente-, Coros, funciona ya como vapor sutil y fluido generador de esta instalación, integrada por cuarenta piedras de alabastro bruto, que, ahuecadas y suspendidas en el espacio, a diferentes alturas, inquietantes, emiten una débil luz interior en medio de la penumbra del stand. Efectivamente, “coros”, en la angelología cristiana, es la denominación de un orden de espíritus que habitan en las esferas de la bienaventuranza. Lo etéreo, lo translúcido, el brillo de la luz… son las señales de estos ángeles, también denominados “brasas ardientes”, que la tradición poética sitúa en el lugar donde se crea la materia.

En la trayectoria reciente de Gabriel Díaz (Pamplona, 1968), Coros no es una pieza aislada. En la exposición que montó la pasada primavera en la galería Salvador Díaz, en Madrid, ocupaba lugar central una gran piedra de alabastro, Argonautas, suspendida de la techumbre y fuertemente iluminada, así como en la muestra La torre herida por el rayo, colectiva de cinco escultores vascos recientemente inaugurada en el Museo Guggenheim de Bilbao, otro gran alabastro suyo, anti-forma y luminoso, Maná, ocupa un sitio cenital, sobre elementos de referente arbóreo. Todos estos alabastros están, a la vez, conectados con la serie de pirámides de cristal de Gabriel, construidas con placas de vidrio superpuestas, en las que la luz es también el elemento plástico determinante.

Asociación de ideas y de realidades tangibles, afrontando lo escultórico a partir de la aproximación sensitiva directa de materiales rotundos (piedra, hierro) y de elementos etéreos (luz, espacio) y manipulando de manera simbólica la realidad física (¿espiritualización de la materia?), constituye el planteamiento y el proceder de este escultor, que mantiene la voluntad de orientar su trabajo desde la atención al compromiso interior, buscando que coincidan auténticamente poesía, escultura y vivencia.

LLUVIA DE METEORITOS EN EL PABELLÓN 5

El Mundo, Especial ARCO 2000 | Rafael Sierra

MADRID. La inspiración le llegó mientras leía un libro sobre un grupo de ángeles que caminaba sobre unas brasas, aunque mucha gente le ha preguntado si su interpretación de la obra tiene algo que ver con los aerolitos que han caído en España durante las últimas semanas. El escultor Gabriel Díaz (Pamplona, 1968) es el autor este año del stand de EL MUNDO en ARCO, una instalación, situada a la entrada del pabellón 5 de los recintos feriales, en la que algunos también han querido ver una especie de capilla laica en la que refugiarse cuando la marabunta ruja en los recintos feriales del Parque Juan Carlos I.

Tras los proyectos de Juan Galdeano (una gran pelota que un chorro de aire mantenía en el vacío) y Miquel Navarro (una escultura totémica), Díaz ha apostado por montar un gran cubo al que se accede a través de dos puertas situadas en sendas caras. Cuando el visitante se adentra en este mágico espacio de color blanco se encuentra con un sinfín de rocas de alabastro suspendidas, a distinta altura, del techo. De cada brasa, de cada meteorito emana una suave luz, un destello que recuerda a las llameantes pinceladas de El Greco, un pintor por el que Gabriel Díaz siente una especial veneración. El lienzo del artista de origen griego que representa a un niño soplando una brasa, obra que se exhibe en las salas del Museo del Prado, podría haber sido una buena fuente de inspiración para Díaz, pero también se podría haber basado en una lluvia de estrellas.

El artista, que expone su trabajo actualmente en el Guggenheim Bilbao dentro de una muestra que presenta a los nuevos valores  de la escultura española, fluctúa entre el espacio y la tierra. Hace unos años, sus padres le regalaron un fragmento original de un  meteorito. El joven soñaba ya con las estrellas y sus progenitores -un arquitecto y una pintora- le dieron alas para soñar, algo que  a sus 32 años sigue haciendo. Sólo así se puede incrustar una nube de acero en una pared, sujetar una mastodóntica piedra extraída de una cantera sobre  unas frágiles barillas de cristal o activar una lluvia de brasas absolutamente inofensiva como la que ha preparado para el stand de este periódico en la  Feria Internacional de Arte Contemporáneo. Los sueños, debe pensar el creador, sólo se hacen realidad cuando se cree profundamente en ellos.

Gabriel Díaz no es de esos escultores que diseñan sus obras y las dan al taller para que se materialicen. En las manos del artista siempre hay restos de las sustancias que utiliza para alumbrar su trabajo. Cada brasa, cada meteorito de alabastro que ha elaborado cuidadosamente ha sido vaciado manualmente para inyectarles luz. Cada roca fue seleccionada minuciosamente en una cantera de Zaragoza, por donde el escultor paseaba, con su barba desaliñada y su pelo centrifugado, como si, después de escaparse del taller, hubiese aterrizado en la superficie de un planeta desconocido repleto de minerales de formas caprichosas.

«Entre los materiales más rudimentarios y los más tecnológicos no hay absolutamente ninguna diferencia. A mí me da lo mismo tallar las piedras de una cantera que sentarme delante de un ordenador y componer unas formas. Cada obra necesita un tratamiento específico y un material distinto», aclara Díaz, un escultor que, a juzgar por su trayectoria, puede dar mucho que hablar durante los próximos años.